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martes, 12 de junio de 2012

EL EMPRESARIO


Íntimamente unido al estudio de la empresa como realidad socio-económica aparece siempre el del empresario, el cual personaliza la actuación de aquélla, siendo la figura representativa que, según sus motivaciones, persigue unos objetivos coherentes con los fines a conseguir por la empresa en determinado intervalo temporal. Para ello, habrán de adoptarse unas decisiones, bajo ciertas condiciones, por las que se elegirán aquellas estrategias que permitan la consecución de dichos objetivos. Configurado el empresario como órgano individual o colectivo que establece los objetivos empresariales y toma las decisiones oportunas para alcanzarlos, podemos analizar cuál ha sido la evolución histórica de esta figura y cuáles son los rasgos que la caracterizan en el momento actual. Para ello, partiremos de la aparición de unas formas de producción industriales o modernas posteriores a las de los gremios y propias de la etapa medieval, considerando las transformaciones operadas por la Revolución Industrial de la Inglaterra del XVIII como punto de partida. En esta etapa primitiva existe una concepción del empresario de tipo individual. El empresario coincide con el propietario del capital, desarrollando una función de detentador de los medios de producción. Los intereses de la empresa y del empresario coincidían en esta etapa denominada por Fernández Pirla la del empresario-riesgo. El empresario es, según este enfoque, el sujeto que compromete su capacidad en el funcionamiento de la empresa y, en consecuencia, afronta el riesgo patrimonial de la actividad. Podemos señalar, por consiguiente, que las características del empresario tradicional o capitalista son: EMPRESARIO-CAPITALISTA PROPIETARIO PROMOTOR - INNOVADOR

 La propia dinámica del sistema muestra la insuficiencia conceptual de esta primera figura. Los avances tecnológicos que permiten producciones en series cada vez mayores, a la vez que una mayor productividad de la mano de obra, ensanchan los mercados, ya que las retribuciones salariales crean un mayor poder de compra y las grandes series reducen los costes. La consecuencia de este proceso es requerir una mayor dimensión de las unidades de producción y, lógicamente, un volumen mayor de capital para financiarla. Ante las dificultades de hacer frente a estas exigencias con un solo patrimonio, surgen las grandes sociedades en las que varios propietarios financian conjuntamente la empresa. Aparece entonces una nueva figura de empresario, a la vez que comienzan a disociarse los objetivos del empresario y del capitalista, es decir, que la utilidad que define su actuación económica se plantea en forma diferente. La concepción del empresario cambia como consecuencia de la adaptación de la empresa al cambio social. El capital obtenido es confiado a un empresario profesional -que puede ser o no partícipe del capital- en base a sus conocimientos respecto a la toma de decisiones, interpretación del mercado, tecnologías, etc. 

Por esta vía se llega a una etapa de capitalismo avanzado en que el capital, fraccionado entre un número amplio de accionistas, elige al empresario en función de su capacitación. Este es el caso del empresario profesional o empresario control. El empresario afronta ahora no un riesgo patrimonial, sino un riesgo profesional, es decir, arriesga la continuidad en su puesto. Se produce entonces una importante ruptura en la identidad de los objetivos empresariales: los accionistas persiguen la obtención de unos frutos presentes o futuros de la inversión, mientras que el empresario-profesional busca una continuidad que depende tanto de los accionistas como del crecimiento de la empresa que incremente su poder y le brinde alternativas de cambio hacia otros puestos más atractivos en otras empresas. Esta doble dinámica va a configurar la plasmación de los objetivos de la empresa empeñada en una supervivencia dentro de un contexto competitivo en el que el crecimiento, en un sentido muy amplio, es una garantía de subsistencia. Ahora, las características dominantes del empresario actual son: EMPRESARIO-PROFESIONAL PROMOTOR-INNOVADOR ADMINISTRADOR

 La realidad jurídica de los accionistas como propietarios de la empresa se mantiene, pero aparece el derecho de propiedad restringido: son los directivos, la tecnoestructura en la terminología de Galbraith, quienes toman las decisiones referentes a la empresa. En la actualidad, esto es cierto en las principales empresas mundiales, quedando el primitivo poder de los accionistas en las empresas individuales y familiares o en las pequeñas y medianas sociedades. En las grandes empresas el derecho político al voto de los accionistas carece prácticamente de significado. Los Consejos de Administración poseen, bien directamente o bien por vía indirecta, la representación necesaria para conseguir sus objetivos. El accionista privado posee la acción como un título que le da derecho a percibir unas rentas (dividendos y derechos de suscripción, aparte de las primas por asistencia a las Juntas) y a esperar unas plusvalías. Es decir, se ha convertido en un simple inversor financiero. Sin embargo, si los resultados no son los esperados, la forma de mostrar su disconformidad no es sometiendo a crítica la política de la empresa frente a la Junta General de Accionistas (lo que está de antemano destinado al fracaso), sino vendiendo sus acciones de la compañía y dirigiéndose hacia otra inversión. 

Según estas ideas podemos indicar que los propietarios pueden subdividirse en dos grupos: 

— Propietarios permanentes, con dominio y control financiero y directamente integrados o muy cercanos al Consejo de Administración. 

— Propietarios temporales o simples inversores financieros. De esta forma, el grupo dominante en las decisiones de la empresa o tecnoestructura logra consolidarse y mantener su poder. 

Es este grupo quien marca las directrices del desarrollo futuro de la empresa, quien realiza la planificación a largo plazo, de modo que la empresa subsiste manteniendo a la tecnoestructura. Sin embargo, el poder de la tecnoestructura no es un poder ilimitado. Los directivos mantienen su posición de privilegio y se reproducen en tanto que sean capaces de generar los beneficios necesarios para dicha subsistencia. De una parte, estarán los accionistas que exigen una remuneración a sus inversiones y que en caso contrario podrían alterar la situación de poder. Pero también están otros elementos, como el Gobierno, trabajadores, clientes, proveedores, etc., que aportan su contribución a la empresa y exigen un resultado. En especial, la influencia de los trabajadores se viene sintiendo en los últimos años, dentro del lógico proceso de socialización de las decisiones y los medios de producción. En el caso de empresas públicas o de propiedad de corporaciones públicas o en el de cooperativas, el empresario asumirá su función de tomar decisiones atendiendo a las indicaciones de los grupos que detentan el poder (Gobierno o cooperativistas) que marcarán cuáles son los objetivos a perseguir. La importancia que se otorgue a los grupos interesados en la marcha de la empresa (accionistas, trabajadores, Gobierno, clientes, etc.) hará que se configure una forma diferente de empresario. Así, si priman los intereses públicos habrá en el órgano decisor de la empresa representación gubernamental, si se da mayor importancia a los trabajadores se buscarán formas de participación de los mismos en los puestos directivos. Solución que se viene conociendo genéricamente con el nombre de cogestión. En resumen, la figura actual del empresario es un órgano individual o con mayor frecuencia colegiado, que toma las decisiones oportunas para la consecución de unos objetivos que dependen de los grupos de interés presentes en las empresas. 

Grupos de interés que, en el caso de la empresa privada, se pueden clasificar básicamente, como hemos visto, en: 

— Propietarios

 — Accionistas. 

— Directivos o administradores. 

— Trabajadores. 

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