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lunes, 6 de agosto de 2012

UNA VUELTA AL HUMANISMO

SENCILLO RESUMEN EN LO QUE SE
 HABRÍA QUE BASAR EL HUMANISMO

Es un lugar común, expresado de mil maneras diversas desde los siglos pasados hasta hoy, que el ser humano posee una cierta universalidad, una amplitud sin igual entre los seres que pueblan la tierra. Como se suele decir, el hombre es un ser racional. Aún más: el ser humano es, entre todos los pobladores del mundo, el único que necesita saber quién es para ser. Un elefante actuará por instintos. Nosotros actuamos por costumbres adquiridas, desde luego, pero luego somos la imagen que nos hemos hecho de nosotros mismos, hasta cierto punto. El problema está en que la amplitud de nuestro ser dificulta el que seamos conscientes de todo lo que somos. Por eso, nuestra inclinación va pareja con nuestra unilateralidad. Estar inclinados a algo es lo mismo que decir: nos unilateralizamos. Nacemos siendo hombres, pero aún no humanos. La humanidad se adquiere. Si no nos educamos, somos unos «animales». Así pues el problema es llegar a ser humanos. Y eso sólo lo conseguimos si desarrollarnos, al menos algo, las diferentes posibilidades a las que estamos abiertos. Ser humano es lo mismo que superar la unilateralidad, Y en este momento muchos desconectarán ¿cómo podríamos saber de todo o interesarnos por todo? ¿Qué es ese todo?, además ¿Lo conoce alguien? No me interesa más que lo que hago: paso de los demás. En todo caso, me interesa el éxito, el poder, el placer. El resto son historias. El que en el fondo piense así -y hay tantos- concibe la vida como un pasar que hay que pasar, o desde un punto de vista individualista. Pero no tiene un interés por el hombre, porque no le interesa la sociedad. Uno que está haciendo de todo, o que le da igual de todo, se identifica con el que busca el poder, el brillo y el placer en una cosa al menos: a saber, que no le interesa la otra persona. Ahora bien, eso es lo mismo que decir que no la necesito, que no me hace falta. En todo caso, me hace falta instrumentalmente, para mis fines, pero no en sí.


Querámoslo o no, todos estamos empeñados en construir o destruir la sociedad, pues ese mínimo de humanidad que tenemos lo hemos recibido precisamente porque hay sociedad. En la medida en que pasamos a actuar a espaldas de ella, por intereses meramente particulares, producimos el escándalo, - pues los demás esperaban que devolviésemos la humanidad recibida con acciones humanasy rompemos la sociedad. Es lo normal buscar el propio interés, pero buscar sólo el propio interés es la esencia del escándalo. Y ello, insisto, por la razón ya apuntada de que el hecho de necesitar al otro empuja a responder, es decir, a agradecer. Si no lo hago, estoy deshaciendo o desintegrando lo que de humano hay. Por eso, toda labor humanística es también un trabajo de integración, y la educación humanística, como tantas veces se ha dicho, una educación integral, que no quiere decir tanto el saber de todo cuanto el aprender a descubrir cómo necesitamos a los otros. Dicho de otra manera, desarrollar la finura de espíritu, frente a la zafiedad hoy reinante.

Y paso entonces a intentar precisar en qué consiste el «humanismo empresarial». La expresión «humanismo empresarial» parece, a primera vista, un hierro de madera o un círculo cuadrado. La empresa está en manos de los que emprenden, y de los que emprenden algo con fines económicos. Esto supone el consabido estilo duro e implacable. Aunque hacia fuera se ponga la necesaria sonrisa para ganar al cliente, aunque se extremen los refinamientos refinamientos externos para atraer al comprador, aunque las más depuradas técnicas de la retórica publicitaria hagan aparecer nuestra imagen con un aire cálido, atractivo, y que da confianza, hacia dentro, piensan los que saben «de qué va», no puede reinar más que un principio: el del logro, el del éxito en el mercado. Aunque en la propia empresa se pongan carteles de «el jefe sonríe», se imponga el campechano tuteo generalizado, se hable de principios democráticos o se enfatice el cargo de «jefe de recursos humanos», los que saben «de qué va» no piensan más que una cosa se trata de habilidades para aumentar el rendimiento - y disminuir las fricciones, se trata, en suma, del logro, del éxito, en último término, económico, moralizantes.


Sí, el humanismo es difícil, siempre lo ha sido. Es una doctrina para espíritus fuertes. Su triunfo no está nunca definitivamente asegurado y sólo puede darse -relativamente- si se dan al menos dos condiciones, a las que me he referido antes: que haya una élite dirigente social consciente de lo que es y de su necesidad, y que esa élite consiga mostrar suficientemente al resto de la sociedad los beneficios que trae consigo. Así como el espíritu de la Ilustración trajo como consecuencia -cuando arraigó en la élite burguesa- primero los sucesos revolucionarios y después el cambio total del modo de vida de una población, ahora -bien notorio el fracaso de ese espíritu hace falta apoyar un humanismo que salve al hombre occidental del vacío en que se encuentra.

Pero, ¿qué es el humanismo? ¿Dominar, como en el Renacimiento, las letras griegas y latinas? ¿Aprender a gozar de la literatura? ¿Saber, además, mirar un cuadro sin indiferencia? ¿Luchar por las justas reivindicaciones de los oprimidos y menesterosos? ¿Una buena mezcla de todo ello? Bien, y todo eso, en cualquier caso, ¿qué tiene que ver con la empresa? Sí, ya ahora se ve claro. Humanismo empresarial debe querer decir organizar exposiciones de pintura, conciertos de buena música, subvencionar congresos científicos, dar becas y subsidios a jóvenes prometedores y científicos y artistas consagrados, montar fundaciones para la cultura. ¡Qué bonitas son todas esas actividades, qué útiles y que dignas de alabanza, a mi juicio! Pero no son más que una parte -quizá pequeña- del humanismo empresarial. Ni la ética empresarial, ni el apoyo al llamado «mundo de la cultura» son el buscado humanismo. Tampoco consiste éste en crear una «Dirección de personal» o de «Recursos humanos». Extraordinaria la labor que en esos resortes interiores a la empresa se lleva a cabo. Me parecen hoy por hoy imprescindibles. Pero las propias denominaciones son significativas. ¿Son los hombres un recurso o son el corazón de una empresa? ¿Se puede hablar de personal, como si fuera el otro capítulo que hay que pagar, al lado del material? A mí, sinceramente y con todo respeto, no me gusta que me encuadren en un personal o que digan que soy un recurso para nadie. El humanismo es difícil de realizar, pero no me parece tan complicado de pensar. Consiste simplemente en tomarse en serio al ser humano, lo cual sólo se puede hacer, si lo entiendo bien, de dos maneras, que, lejos de ser excluyentes, son complementarias. Una es considerar al hombre como absoluto. La otra, considerarlo como una totalidad. Que es absoluto supone, como es claro, que no es sólo relativo, pues el hombre es, también y necesariamente, relativo a los demás. Pero, sobre todo, que es absoluto, absuelto o separado del mundo físico, que está por encima de él y que, por tanto, ha de ser tratado en atención a esta su condición trascendente. Lo ejemplificaré con el recurso a la noción de dignidad. Si consideramos al ser humano como meramente relativo, como alguien que depende de otros y de una serie de condiciones, y cuyo actuar, a su vez, es relativo a puras necesidades o a logros pasajeros, no le damos ninguna dignidad. Es un animal con características especiales, alguien que no trasciende. Pero eso es notoriamente falso. A su vez, si pensamos que el hombre es un ser simplemente absoluto como cierto liberalismo cree, queda aislado en él mismo. Pero un ser aislado no tiene espíritu: sólo hay interioridad cuando me relaciono con otro espíritu. Ahora bien, para relacionarme con él no como objeto, sino como ser humano, debo servirle. Y en ese momento, tengo dignidad: ser digno de significa servir para. El que no se relaciona en forma de servicio no es digno, no tiene dignidad. El absolutismo individualista es indigno. Así pues, es menester considerar al hombre al mismo tiempo como absoluto y como relativo a los otros hombres para poderle dar una dignidad. Ni el individualismo absolutista ni el relativismo colectivista lo consiguen. En efecto, lo que hoy falta es dignidad. Y lo que el humanismo persigue es única y exclusivamente tomar en serio la dignidad humana. Hablar de ella da más resultados prácticos que tratar de los derechos humanos. Porque por más vueltas que se le dé no se sabe nunca porqué debo respetarlos. Pero, en cambio, es inmediatamente evidente que debo respetar a alguien que tiene dignidad. En segundo lugar, el hombre es un ser total. Eso quiere decir que tenemos todos múltiples inclinaciones diversas, posibilidades distintas. Los animales están necesariamente especializados: unos vuelan, otros nadan, otros caminan. Unos viven en zonas frías y otros en las cálidas. El hombre puede todo. O mejor: tiene la posibilidad de todo, pero no alcanza más que a unas pocas cosas. Y eso significa que aquel que tiene menos, tiene también menos para dar, se cierra más sobre sí mismo y, de esa forma, no es digno, pues no sirve. Pero, a su vez, el que tiene mucho y no lo da, viene a identificarse de facto con el que no tiene nada: es tan indigno como él. En efecto, tan indigno es el que se limita a vivir solitario bajo un puente, como el acaudalado que vive sin interés por nadie. De otra manera, por nuestro carácter total, tenemos necesariamente que ver con el resto de la humanidad. Pues, efectivamente, yo sólo puedo hacer real mi totalidad con la ayuda de los demás. Los demás, me completan. Tanto más rica en posibilidades desarrolladas es una sociedad, tanto más dignas son las personas que de esos inmensos beneficios se lucran. Por eso aquí la clave está en el intercambio, en el diálogo, y no sólo en la información. Pues el diálogo me enriquece también interiormente, mientras que la mera información no me da más que poder sobre los demás. Y, llegados a este punto, de nuevo parece claro que mi argumentación está lamentablemente equivocada. Y ello por la simple razón de que una empresa es lo que se llama, desde el punto de vista social, una entidad intermedia, una sociedad intermedia.


Se encuentra en lo que se llama la bürgerliche Gesellschaft. Ese tipo de sociedades son, por una parte, relativas, pues buscan sólo cubrir alguna necesidad o deseo humano, y quedan al margen de un planteamiento absoluto. De otro lado, son necesariamente parciales, y no totales. El sentido de la empresa es, justamente, desarrollar un sector de las posibilidades humanas. En la familia es donde a cada uno se le ve como absoluto. Es lo típico de los padres el amor incondicionado a sus hijos. Sólo si soy querido de esa manera por alguien, soy socialmente absoluto, soy alguien. Por eso, la familia es una institución religiosa por esencia. El hogar, ya en la Antigüedad, era un sitio de los dioses. Porque allí se da, como queda dicho, lo absoluto. Si en la familia es donde se ve a alguien de ese modo, es en el «Estado» donde se le contempla con un carácter de total. El «Estado» tiene por obligación el terminar de cubrir todas las necesidades de la sociedad y, por ello, de cada individuo. El organiza, o debe organizar, las cosas de manera que a cada uno le falte lo menos posible para «tener todo». Por ello, los antiguos decían que era en el «Estado» donde el hombre se perfeccionaba, alcanzaba una cierta plenitud. Y, en la sociedad actual, esto es especialmente palpable. Dicho en otros términos: siempre se ha considerado que los «humanistas» prácticos eran los padres de familia y los políticos. O, si se quiere, la persona, cualquier persona, cuando realiza sus funciones de padre o de político. Pero en la sociedad intermedia, en la vida «socio-económica» reinan otras leyes. Si es así, esas otras leyes ¿serán inhumanas, puesto que esa esfera no es humanística?


 De nuevo, la respuesta del empresario, ya enfadado: no se trata de que sean inhumanas, en el sentido de antihumanas. Se trata de que en ese tipo de vida no cuenta, como se dijo, lo absoluto o lo total. Por ello, tiene que contar lo relativo y lo parcial. El problema está en que lo relativo y lo parcial no tienen ningún sentido más que en orden a lo absoluto y total. Es decir, que lo que se trata de desenmascarar aquí es muy fácil de expresar: cuando se vive la vida «socio-económica » sin ordenarla a la familia y a la sociedad en general, o sea, en último término, cuando se vive sin ordenarla a la dignidad humana, entonces se está absolutizando y totalizando la esfera socio-económica. Por desentenderse de un absoluto -verdadero- se cae en otro -falso. Y eso es lo que, de hecho, sucede. A eso se le llama sociedad burguesa, consumista, capitalista o como se quiera. Es la sociedad de nuestros días. Para convertir eso -que, claro está, es materialismo-en humanismo, basta ordenar al fin del hombre -a su dignidad- la actividad socio-económica, la actividad, en concreto, empresarial. El humanismo empresarial consiste simplemente en poner como último fin de la empresa la dignidad de todos los que con ella se relacionan y, en último extremo, de toda la sociedad. Pues es bien claro que ni una empresa, ni una familia, ni una Universidad, ni un Club, ni una Iglesia, pueden funcionar bien si no tienen una economía saneada. Y cuanto más saneada, mejor. Pero eso es una condición para la vida, no un fin último. La economía es condición, ha de ser, por tanto buscada, pues la necesitamos. Pero una condición no puede ser nunca un fin último. Convertir la economía en fin es materialismo, es decir, indignidad. Un empresario debe, por consiguiente, si las reflexiones anteriores no son demasiado erróneas, darse cuenta de que lo relativo, o sea, el trabajo que se desarrolla en su empresa para alcanzar unos fines que vienen a cubrir unas necesidades y unos deseos, ha de conectarse con lo absoluto. Por tanto: ha de dignificar el trabajo. El trabajo se dignifica de muchos modos. En primer lugar, dándole siempre importancia. Después, poniéndole las condiciones espacio-temporales adecuadas. Además, dotándolo de unos honorarios adecuados: no se puede decir que aceptamos la dignidad humana, por ejemplo, si, a continuación, establecemos fuertes diferencias retributarias y menospreciamos unos trabajos con respecto a otros. Por último, es fundamental, colocar a cada uno en su sitio. El que no está en su sitio hace el ridículo, que es el error social por excelencia. La ley del mercado es necesaria y válida, desde luego. Pero no puede ser ley suprema. Si se convierte en suprema es inhumana, pues el mercado, desde el punto de vista del comprador, es cambiante, relativo y parcial. Me parece que dejar al Estado que regule el mercado es un proceder vicioso. Pero no porque el Estado no pueda profanar la pretendidamente sacrosanta libertad individual, sino porque la dignidad del empresario pide que sea él el que se cuide ya de la dignidad de los que caen bajo su esfera. Dicho en otros términos: el humanismo empresarial pide la extensión y profundización del principio cooperativo entre las empresas, para defender y promover la dignidad humana. Desde fuera no se puede hacer bien: el Estado lo tiene que imponer, porque es externo, pero eso es un mal arreglo. Tendría que estar claro que el principio de competencia, necesario, está subordinado al de cooperación y no viceversa. Sólo en la cooperación los empresarios pueden pensar en el hombre en cuanto tal, en la pura competencia no pueden pensar más que en el dinero en cuanto tal. Y, por otro lado, la empresa debe estar interesada en que todos los que con ella se relacionan, se acerquen más a esa totalidad, a una plenitud. Ahí es donde tiene sentido la regulación de horarios que permitan desarrollar otras actividades. Y el fomento de la cultura, que redunda en una mayor socialidad, es decir, humanidad. Humanismo empresarial es, pues, para terminar, el que la élite dirigente de las empresas sepa contar, tener en cuenta, a cada uno, dándose cuenta de que ese cada uno no es una mera fuerza de trabajo, ni un mero sujeto inalienable de derechos, sino, pura y simplemente, un hombre, es decir, un hermano.



















UNA VUELTA AL HUMANISMO. Escrito en EL MASTER DEL GUAPO HACKER, de Xavier Valderas

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