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lunes, 6 de agosto de 2012

LA AUTORIDAD Y SU EJERCICIO



La autoridad es una forma de poder. Tanto si pensamos en la autoridad de una persona sobre otra, o en la autoridad de una norma, institución, tradición, etc., sobre las personas, el término se refiere a la posibilidad de influir en la conducta de una persona proporcionando razones para actuar. Distinguir la autoridad del mero poder, implica aceptar que el que gobierna posee un derecho a hacerlo. El puro poder no otorga semejante derecho (a pesar de que los tiranos han sostenido muchas veces que el poder es el derecho, pero quienes han soportado tiranías saben que hay una gran diferencia entre un gobernante que tiene autoridad para gobernar y un usurpador poderoso ayudado por matones que atemorizan a la gente). Quien posee autoridad puede reclamar de los súbditos que están obligados a obedecer, y los propios súbditos se verán así obligados, no por temor al castigo (o no sólo) sino por otras razones. Por tanto, la autoridad política es en concreto el poder de influir en la conducta de otros con el objetivo de regular la organización social o perseguir fines colectivos, tal que esa influencia se realiza proporcionando a los gobernados una razón para actuar que prevalece sobre (casi) cualquier otra razón.


 A pesar de definir así la autoridad como el DERECHO a gobernar, se puede distinguir entre autoridad de facto, y de iure. La autoridad de facto es aquella asentada en los hechos (en la historia o la tradición) y mantenida por quien la detenta empleando a su vez los medios propios del Estado (consiguiendo así que los destinatarios de las órdenes las acepten como razones suficientes para hacer lo mandado). La autoridad de facto no es exactamente pura coacción (aunque ciertamente es una distinción sutil); podemos pensar que quien pretende estar ejerciendo una autoridad política, normalmente:

— Considera sus mandatos universales para sus súbditos (en vez de órdenes singulares)

 — Puede permitir cierto grado de disenso, y el exilio (es decir, la posibilidad del súbdito de desligarse de la autoridad voluntariamente).

El concepto políticamente interesante es, por tanto, el de autoridad legítima o autoridad de iure. Se refiere a una autoridad basada en algún derecho: una razón, que los sujetos a la autoridad aceptan, o podrían aceptar, como "fuente" de la misma. Joseph Raz, o J. Hampton, entre otros, conectan la noción de autoridad política legítima con la de "obligación": cuando una persona o institución tiene autoridad legítima sobre otra, esa segunda tiene paralelamente una obligación moral de obedecer a la primera, dentro del ámbito de su autoridad (tiene, digamos, que hacer lo ordenado "porque es la ley"). La pregunta es ¿de dónde proviene, o en qué se basa, o qué justifica, la autoridad legítima? O, de otra forma ¿qué convierte en legítima a una autoridad? Tradicionalmente el derecho divino, la tradición, el carisma personal (de un caudillo por ejemplo), la herencia incluso, han sido consideradas fundamento suficiente de la autoridad. Así, quien por derecho divino gobernaba un Estado, o lo recibía por herencia, no solía tener que apelar a su fuerza para defender su dominio. Más bien al contrario, las personas armadas se ponían al servicio de quien consideraban legítimamente investido de autoridad.

JOSEPH RAZ


Sin embargo, la filosofía política moderna, que está en el trasfondo de nuestras ideas políticas -las que justifican y explican la estructura del Estado liberal- no apela a estas fuentes de la autoridad, sino que se limita metodológicamente a una fuente diferente: postula, y a veces afirma como dato empírico, que la única autoridad no cuestionable es la del individuo sobre sí mismo, y a partir de ahí, la autoridad política (la autoridad sobre otros y, en última instancia, sobre toda la comunidad política) es una autoridad derivada que ha de remontarse, de algún modo, a esa única autoridad originaria no cuestionable: la autoridad o autonomía racional de cada persona.

Jean Hampton recuerda que las teorías tradicionales de la autoridad política la derivaban de Dios (tradición medieval), la hacía basarse en la desigualdad natural entre los hombres, o la fundaban en un pretendido conocimiento del bien (Platón). Por el contrario, las teorías modernas tienden a fundar la autoridad en el consentimiento. La convicción de que los hombres son iguales a grandes rasgos (que nadie puede pretender un derecho especial a gobernar a otro "por naturaleza"), unida a la secularización, deja a la modernidad con sólo dos alternativas para explicar la autoridad política: el bien o el consentimiento. Las teorías que fundan la autoridad política en el bien se denominan en general perfeccionistas (dedicamos a ellas un epígrafe del tema siguiente). Las que la fundan en el consentimiento adquieren varias denominaciones, pues hay una gran variedad de ellas: dependiendo, por ejemplo de quién (cuántos) se supone que deben consentir y cómo; qué derecho tienen éstos a "crear" la autoridad política mediante su consentimiento; qué límite, si alguno, debe tener esa autorización, etc. La importancia del tema de la autoridad es, sin duda, evidente para todos. Basta acercarse a cualquier medio de comunicación social para constatar las repercusiones que este tema tiene en nuestro tiempo y como todos los ámbitos de la vida civil, eclesial, cultural y familiar están afectados por él. Si vamos al plano de la política veremos revoluciones, dictaduras, golpes de estado, problemas de gobiernos... en los que se ponen de manifiesto conflictos en el ejercicio de la autoridad.


En el ámbito de las relaciones laborales, también quedan bien de manifiesto las tensiones entre empresarios y trabajadores, jefes y subordinados. Si miramos a la Iglesia veremos, de igual modo, tantos problemas con respecto a la autoridad como en cualquier organización humana. En el plano de la educación produce una gran perplejidad las dificultades con las que se tienen que enfrentar los profesores para imponer un mínimo de orden y disciplina entre los niños y adolescentes. Por último en la familia nos encontraremos con las mismas dificultades. Se hace muy difícil el encuentro entre padres e hijos. Se habla del conflicto generacional, del poder de los jóvenes, de la falta de diálogo, de la incapacidad de los padres para transmitir sus convicciones. Es obvio que el concepto de autoridad hace crisis a todos los niveles. Es pues, una de las cuestiones ineludibles a la hora de construir un nuevo orden social, una nueva empresa, una nueva Iglesia, una nueva familia.


 1) Qué se entiende hoy por autoridad

 Antes de analizar el concepto de autoridad, es importante examinar lo que en general, el hombre de hoy entiende por autoridad. Si se le pregunta qué entiende por este término, seguramente responderá mayoritariamente, que autoridad significa poder de mando. La palabra autoridad aparece asociada con la de "poder", lo que produce miedo y rechazo. El hombre moderno gracias a la ciencia, empieza a desarrollar un tipo de poder- el poder técnico- que emerge de forma avasalladora como capacidad de dominio, de control y manipulación. Quién hoy tiene poder en sus manos puede hacer lo que quiera; puede alcanzar límites inimaginables de brutalidad, valiéndose de técnicas altamente sofisticadas, y de los avances de la ciencia, usando la química, la biología, genética, la fuerza atómica...etc. La palabra "poder" se ha vuelto, por tanto, una palabra que produce temor, y que asociada a la de "autoridad", hace que ella se identifique como ese tipo de poder que se impone para dominar, explotar, manipular, o coartar legítimas libertades. Y es que correlativamente al rechazo de la palabra "autoridad" esta el rechazo a la palabra "obediencia". Porque para la mentalidad de hoy obedecer significa que a uno le mutilen la libertad personal, y eso no le gusta a nadie. En el fondo, el rechazo de la autoridad nace de un deseo legítimo de afirmar la libertad. El hombre contemporáneo siente que su vida y felicidad dependen de su libertad, y que si se coarta ésta, se coartan las posibilidades de su felicidad. El rechazo a la autoridad viene, por tanto, la conciencia de que la autoridad, solo entendida como poder de mando que exige obediencia, no hace crecer al hombre en su libertad ni lo conduce a su felicidad. Por todo ello se ha producido un deterioro histórico del concepto de autoridad. Igualmente el concepto de ejercicio de mando ha quedado limitado al ámbito del ejército y de fuerzas y cuerpos policiales. En el mundo político y empresarial y social prevalece el concepto de líder, concepto de mayor contenido puesto que a un líder se le exige mucho más que la ostentación de una autoridad, como por ejemplo la capacidad de influir y de dirigir a personas y colectivos hacia objetivos comunes.

 2) El arte de mandar

 Mandar es un arte y no basta para ejercerlo con el instinto que más o menos acentuado poseamos para ello. Hay que desarrollarlo conociendo y practicando los principios sancionados por la experiencia y los avances de las ciencias humanísticas. Hay un principio que debemos considerar como fundamental y que debe estar presente siempre en el ánimo del directivo que se enfrenta diariamente a la toma de decisiones:


— La voluntad de vencer

 Podemos reflexionar sobre dicho principio y comprobar su acción directa en los roles del directivo como responsable formal de una organización. La voluntad de vencer debe entenderse como el firme propósito de cumplir su misión y conseguir los objetivos que le son asignados, cualquiera que sea la situación por desfavorable que ésta sea. Supone una total identificación con los valores de la empresa. Dicho principio hace que el directivo no se deje amilanar por las situaciones adversas que se puedan cruzar en su camino, le infunde confianza en sí mismo que se traduce en una gran tenacidad y decisión para resolver. Entre las competencias del directivo asociadas a éste principio encontramos:

— El amor a la responsabilidad medido por la capacidad de asumir riesgos cuando las circunstancias que se dan en el entorno son inciertas y la serenidad para resolver situaciones difíciles.

 — El liderazgo o capacidad de influir en los comportamientos de sus colaboradores utilizando su habilidad para dirigir antes que su autoridad para mandar.

 El líder ayuda a los otros a trabajar con entusiasmo y presta especial atención al nivel de motivación de su equipo. El espíritu de sacrificio por el que se está dispuesto a sacrificar intereses personales en pro del éxito de la empresa. La voluntad de vencer hay que mantenerla a toda costa, implica fe en el éxito, tenacidad para alcanzarlo y actividad insuperable en la ejecución. De ella dependerán la determinación, la firmeza y la moral para conseguir alcanzar los objetivos de la empresa.

Cuando hablamos del arte de mandar hay que hacer una reflexión sobre el concepto de disciplina. La disciplina no solo hay que entenderla desde la posición del que manda, sino también de la posición del colaborador que obedece. La disciplina no siempre es bien entendida y es difícil de definir. No tiene ningún mérito cuando por las condiciones del que ejerce el mando es gratificante y llevadera. La disciplina reviste su verdadero valor cuando la arbitrariedad y el error van unidas a la acción del mando y cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía. Esa es la verdadera disciplina, la que hace asumir como propias las decisiones del jefe aún teniendo opiniones contrarias. La disciplina implica lealtad hacia la persona que dirige.


Hoy en día es vital que en las empresas predomine el trabajo en equipo, pero no hay que olvidar que hay algo que jamás se comparte, ese algo es la responsabilidad. El mando para decidir debe tener información, esa información normalmente le es facilitada por su equipo de colaboradores, pero en el acto de la decisión se encuentra sólo y debe entrenarse para asumir esa soledad. Para aplicar disciplina en forma descendente hay unos principios que debemos tener en cuenta:

 — Hay que mantenerse constante y sinceramente interesado por lograr el bienestar de sus colaboradores.

— El ejemplo tiene gran influencia en el mantenimiento de la disciplina.

— Nos debemos esforzar en conocer que es lo que piensa el subordinado, y esto solo se consigue hablando mucho con los miembros del equipo.

 — Las medidas disciplinarias deben tener la intención de corregir los errores y despertar en quién los ha cometido el deseo de mejorar.

 — Las sanciones deben aplicarse como último recurso y siempre hay que dar al subordinado la oportunidad de corregirse a sí mismo.

 — Cuando se aplica una sanción, un factor importante que debe considerarse, es el grado de intencionalidad que prevaleció al cometer la falta, y para ello siempre hay que dar la oportunidad al sancionado de expresar sus puntos de vista.

Cuando hay que reprender siempre hay que hacerlo en privado. Un jefe competente, que da ejemplo, que crea equipo y que valora a sus subordinados, normalmente consigue que a sus colaboradores no les suponga un gran esfuerzo seguir sus directrices y cumplir sus órdenes.

 El Mando sea cual sea su posición en el Organigrama de la empresa debe ejercer las funciones que le son propias. Dichas funciones son las siguientes:

— Prever. Consiste en fijar claramente los objetivos a conseguir.

— Planear. Es fijar el plan de acción.

 — Organizar. Es asignar a cada miembro del grupo claramente sus obligaciones.

— Mandar. Es comunicar con firmeza la ejecución de las decisiones adoptadas.

— Coordinar. Es establecer la armonía entre los miembros del equipo y sus respectivas tareas.

 — Controlar. Es asegurarse que todos y cada uno cumplen el plan trazado.

— Evaluar. Es comprobar en que medida se han alcanzado los objetivos programados.

Hay cuatro aspectos en toda empresa, departamento o equipo... que son índices del éxito o fracaso del ejercicio del mando: 

— El nivel de motivación

— La disciplina

— El espíritu de empresa

 — El grado de formación

Estos cuatro aspectos hay que evaluarlos constantemente ya que constituyen el grado de eficacia de grupo y en cierta manera son interdependientes.

La Motivación es la disposición de ánimo de la persona y está estrechamente ligada a las necesidades de cada uno. ¿Y como conocer las necesidades de los demás?...Verdaderamente no es fácil, las personas no exponen sus necesidades con claridad. Normalmente expresan necesidades implícitas de forma aparente. El Mando debe tener la habilidad de detectar dichas necesidades implícitas y transformarlas en explícitas, para poder satisfacer las necesidades reales de sus subordinados. ¿Cómo podemos detectar el nivel de motivación de cada persona?

— Por su grado de entusiasmo

 — Por las reacciones ante las órdenes e instrucciones

— Por la tendencia a propagar rumores

 La Disciplina de la cual ya hemos hablado anteriormente mide la lealtad del subordinado y se refleja con la exactitud en el cumplimiento de las órdenes que se le dan. Una persona disciplinada jamás "se salta " a su superior ni le oculta sus opiniones. El Espíritu de Empresa es el orgullo de pertenecer a la empresa, al departamento, al equipo y tiene fiel reflejo en el entusiasmo que demuestra cada miembro del equipo. El Grado de Formación es el conjunto de capacidades y habilidades que cristalizan en un perfecto conocimiento de la profesión. Por último, no olvidemos la cuestión de los Estilos de Mando. Se debe ejercer el mando con el estilo adecuado. Es un error pensar que el estilo de mando debe ser siempre el mismo porque cada persona es como es. Los estilos son varios y van desde el autoritario, entendido como aquél que pone el énfasis principal en marcar de cerca al subordinado, vigilando el cumplimiento de las tareas, hasta la delegación que permite al jefe "despreocuparse" del rendimiento del subordinado. El estilo de mando va en función del grado de madurez profesional del subordinado, compuesta por una parte por el nivel de formación y adiestramiento frente a una tarea determinada y por otra por la actitud y predisposición del subordinado. Mandar es un arte que se puede aprender. Me pregunto porqué dentro de los programas de formación de las distintas carreras que se estudian en las universidades no existen programas encaminados a formar a los "futuros directivos" en la complicada tarea de dirigir personas.


LA AUTORIDAD Y SU EJERCICIO. Escrito en EL MASTER DEL GUAPO HACKER, de Xavier Valderas

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