Para crear valor hace falta tener valor. Y de hecho la valentía puede ser considerada
como el principal motor del crecimiento.
El afán de superación constante, percibido en relación al futuro como algo difícil,
viene a ser un rasgo necesario de las empresas cuando se enfrentan a entornos cambiantes
en los que quieren seguir creciendo.
La valentía no es incompatible con la seguridad. Porque no se confunde con la
inconsciencia; conocer la propia vulnerabilidad, y desear mantener la integridad, permite
diferenciar hacia dónde debe enfocarse el esfuerzo.
En ocasiones, la valentía consiste en resistir, y en otras en atacar. Resistir respecto
a lo que otros hacen significa saber adaptarse; y respecto a lo que nos hemos planteado
pero tarda en llegar, requiere paciencia, optimismo. Atacar significa anticiparse,
para lo que necesitamos una elevada autoconfianza.
En ambos casos, la valentía está reclamando un criterio que no le viene de sí
misma: la rapidez de actuación; saber con qué rapidez conviene actuar en cada situación
nos llevará a hablar de un valor diferente.
Un segundo conjunto de valores necesarios para crecer es la sintonía, la capacidad
para captar y conectar con los mensajes del entorno, y la discreción para ordenar en
un todo armónico los recursos presentes; esa sintonía también reclama de un saber:
saber cooperar, y saber equivocarse, tolerar el error.
Los principales valores constitutivos de la sintonía son la capacidad de comprender
otros puntos de vista, y de valorar los propios, y la magnanimidad, la inclinación
hacia lo grande; ésta nos lleva a apreciar nuestra imagen, a la honorabilidad; a la honradez
respecto a los medios que utilizamos; a que las relaciones con lo que nos rodea
estén presididas por la sinceridad y transparencia; y a no perder la serenidad y la
calma cuando las cosas resultan ser diferentes de como las habíamos pensado.
Vistos los valores que nos permiten afrontar con valentía el futuro y asumir adecuadamente
el presente, aparecen aquellos que se refieren a la consideración de los
demás, y que pueden resumirse en la equidad. Dar a cada uno lo suyo, saber reconocer
en función de las aportaciones. Pero la equidad no sólo afecta a las relaciones
entre individuos.
Respecto al todo, la equidad se refleja en el respeto a la legalidad, y en los compromisos
sociales. Y también el todo tiene que comportarse equitativamente respecto
a los individuos, a través de la distribución de responsabilidades.
Conjugar adecuadamente el reconocimiento de la propia autonomía, y la oportunidad
de encomendar nuevas responsabilidades reclama la aparición de un último grupo
de valores, relacionados con el saber.
El saber que se manifiesta en las decisiones tiene dos momentos principales: la
deliberación y la ejecución. La deliberación adecuada reclama una memoria fiel del
pasado, experiencia, fiabilidad; y también saberse decir las cosas, coherencia; y saberse
sorprender ante lo inesperado, flexibilidad.
Por su parte, la ejecución, dar órdenes ante lo inseguro, supone decisión. Pero lo
que hace que ambos momentos sean consecuentes es la constancia, el compromiso.
Con unas expresiones u otras, todos los códigos de conducta que tratan de seguir
las empresas que desean seguir creciendo, recogen estos valores.
En definitiva, si la valentía, sintonía, equidad y compromiso, con sus partes integrantes,
son los principales valores necesarios para seguir creciendo, el último de
ellos es el más importante, ya que proporciona criterio a todos los demás.
Y si los valores necesarios para crecer radican en última instancia en el compromiso
con el que se afronta la toma de decisiones, la gestión del compromiso resulta
ser la única clave para crecer.
LOS VALORES ÉTICOS DEL CRECIMIENTO. Escrito en EL MASTER DEL GUAPO HACKER, de Xavier Valderas
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